Jennifer Romero, Directora Ejecutiva AIFBN
Esta semana hemos tenido conocimiento de un acuerdo entre ministerios para traspasar la tutela de las Áreas Silvestres Protegidas del Estado al Ministerio de Medio Ambiente. Actualmente estas áreas se encuentran bajo el cuidado de CONAF, que pertenece al Ministerio de Agricultura, y serían ambos Ministerios los que han llegado a este compromiso.
¿Cuál es el trasfondo de esto? Es malentender lo que significa conservar los ecosistemas. Gran parte de las áreas silvestres actualmente protegidas corresponden a bosques naturales. Que sean áreas protegidas significa que sólo pueden intervenirse en muy baja medida y bajo estrictos resguardos ambientales. Se protegen porque se les considera de un alto e irremplazable valor ambiental o social. Estas áreas limitan con zonas no protegidas, que muchas veces también corresponden a bosques, que se utilizan con fines productivos, de recreación u otros. Ambas conviven en un mismo paisaje y son parte de un mismo ecosistema. De la co-existencia de ambas áreas resulta y depende la generación de agua, el estado de los suelos, la generación de oxígeno, la flora, la fauna y las actividades productivas. A ellas se suma en el mismo paisaje las plantaciones forestales, la agricultura y la ganadería.
Conservar significa, entonces, administrar responsablemente todos los recursos naturales para asegurar su existencia en buena salud: árboles vigorosos, de especies variadas, agua limpia y abundante, oxígeno, suelos limpios y fértiles, fauna diversa, saludable y en número suficiente que permita su existencia en el muy largo plazo, etc. Significa también, y como consecuencia, asegurar la vida de las personas, contar con opciones de uso de suelo que permitan asegurar la economía y la cultura. Significa, en resumen, utilizar de manera responsable.
Llevar la gestión de Áreas Protegidas a otro ministerio es un mensaje claro: se pretende resguardar una pequeña porción del territorio y declarar que las zonas no protegidas son estrictamente productivas, y en ellas no cuenta la conservación. Se pierde la mirada integral del paisaje; se omite la combinación de usos del suelo para definir un paisaje completo, sustentable. Se pretende disociar la decisión de la administración de un territorio entre su preservación (no tocar) o utilizarlo como zona de sacrificio. Se deja de lado la posibilidad de combinar opciones posibles de uso bajo una misma gestión. Se abandona, entonces, la posibilidad de conservación del paisaje como el sistema diverso y complejo que es, y se lo deja como el resultado no planificado de una suma de decisiones aisladas, no coordinadas y con objetivos discordantes.