Hoy, en el Día Internacional de los Bosques se cumplen dos años de la partida de nuestro querido amigo, maestro, profesor y fundador, Claudio Donoso Zegers.
Como AIFBN queremos compartirles este extracto de su libro “Una Mirada a Nuestros Bosques Nativos y su Defensa”, publicado el año 2012. Donde, en sus propias palabras, nos presentó: “más bien una pequeña autobiografía centrada en cómo fui conociendo los bosques de Chile y en las personas e instituciones que tuvieron especial influencia en el desarrollo de mi personalidad, determinando un amor por los bosques y naturaleza chilenos que han sido el motor más potente de mi vida”.
EL ORIGEN DEL AMOR
Como en algún documento lo dije, es imposible amar a lo que se ignora o no se conoce. A Dios lo amamos porque lo conocemos a través de su grandiosa creación. Quizás si hubiéramos vivido siempre en el desierto o en el océano, no podríamos amar al bosque. Quizás si lo hubiéramos visto en fotografías o incluso en películas, podría gustarnos o infundirnos ese sentimiento especial que provoca la belleza. Pero creo que eso no es precisamente amor. Se requiere un conocimiento más profundo para amar.
Cuando yo era pequeño, a los 6 años de edad, en Santiago de Chile, era un niño de la ciudad, como cualquier otro. Prácticamente no conocía el campo ni menos el bosque. Un afortunado encuentro en mi vida en esa temprana infancia, permitió que desde ese entonces, y por varios años, viajara al campo durante los meses de verano, en las cercanías de la ciudad de Concepción. Ahí aprendí de la naturaleza, y llegué a amarla hasta hacérseme difícil no visitarla lo más frecuentemente que me era posible. De acuerdo con las características de uso de la tierra de aquellos tiempos en esa región, el paisaje consistía en lomajes secos y vegas húmedas. En las últimas se criaban vacunos y a veces se cultivaban papas; en los lomajes se establecían viñas o se plantaba trigo y avena; en algunos sectores se mantenía bosques que, generalmente, correspondían a renovales dominados por Roble, con presencia de Laurel, Peumo y Avellano principalmente, además de muchas otras especies arbustivas. Este fue el paisaje y el bosque que quedaron en mi memoria y en mi corazón grabados para siempre. Aquí aprendí a amar al bosque porque lo conocí, penetré repetidamente en él, aprendí a reconocer sus especies haciendo una colección de trozos de sus troncos. Haciendo una colección de huevos de aves aprendí a reconocerlas, a identificar sus cantos, sus nidos, sus hábitats.
Mediante un insectario, que me dolió mucho hacerlo, conocí a muchos insectos de esos parajes, algunos de los cuales no he vuelto a ver en mi vida, y que probablemente estén extinguidos por el brutal cambio de la cubierta vegetal que ha ocurrido desde esa época hasta hoy día. Aprendí a apreciar los amaneceres y los atardeceres y a encontrarme con el olor a tierra húmeda después de las lluvias de verano. Aprendí a regocijarme cada vez que encontraba un secreto rincón en una quebrada con un hilo de agua corriente, o un gran árbol o una especia que no había visto antes en nuestras frecuentes caminatas. Me regocijé explorando y construyendo pequeños senderos para acceder a lugares difíciles. Así aprendí a amar íntimamente al bosque y a toda la vida presente en él.
Elsa Zegers Combett, una madre cariñosa y comprensiva, dulce y fuerte al mismo tiempo, la gran familia Enríquez Villarroel, que me permitió conocer su campo y me dio amor y amistad incondicional por largos años y, finalmente, por el resto de mi vida, y un gran colegio, el Instituto Nacional, que me entregó, además de conocimientos, valores éticos y ciudadanos, me formó y me incentivó. Ellos fueron los pilares que hicieron posible que lograra incorporar en mi espíritu a la naturaleza y al bosque como objetos de amor y de dedicación.
Los designios de Dios son insondables y los caminos que elige son infinitos. En forma extraña, algo misteriosa, siendo muy joven y teniendo una plena y clara vocación por actividades relacionadas con la naturaleza, ciertas influencias, inseguridades, dudas, me hicieron torcer el camino, aun cuando no los intereses y la vocación, y entré después de un final exitoso en el mejor colegio de Chile, a la Escuela Militar, y seguí la carrera militar.
Durante ese periodo tuve experiencias diferentes que, con seguridad, me permitieron conocerme mejor y valorar más lo que había obtenido con mi familia, con mi colegio y con mi vida en el campo. Entonces apareció el amor por la mujer; tuve mis pololas, Ana Victoria Torres Barile (1952), Marcela Aravena del Valle (1953) y Mary Ruth Jackson (1954), quien apareció de nuevo 50 años más tarde en mi vida, y finalmente la definitiva, la más amada, la mujer de mi vida, mi esposa, Sonia Hiriart Guina (1955).
Durante los años 60 con Sonia tuvimos a nuestros dos hijos varones, Claudio en 1961 y Pablo en 1963. Mi vocación verdadera estuvo siempre y determinó parte de la actividad que realicé en mis años de oficial en Concepción, en Quillota y en Puerto Natales, donde me caractericé como patrullero y como conocedor de la geografía de las regiones; nunca dejé de recorrer los cerros y los bosques. El año 1964 fue el momento en que “dos caminos divergieron en mi ruta y yo tomé el que parecía más difícil de recorrer”. Como primer alumno del Curso de Tenientes de la Escuela de Caballería podía ingresar sin dar exámenes a la Academia de Guerra del Ejército, sin embargo decidí retirarme de sus filas y dar examen para ingresar a la Escuela de Ingeniería Forestal de la Universidad de Chile. Desde muchos puntos de vista, Sonia fue determinante en esta decisión, y a partir de entonces y por el resto de su vida, ella fue un apoyo permanente y sin claudicaciones.
Durante 5 años, después de 11 años como Oficial de Caballería del Ejército de Chile, y después de los 30 años de edad, fui estudiante universitario. Apoyado siempre por mi esposa Sonia, sin la cual y con dos hijos no habría podido cursar esos 5 años exitosamente, viví una hermosa vida universitaria, con jóvenes mucho menores que yo que, con seguridad, dejaron huellas positivas en mi espíritu. Tuve la suerte de conocer desde el primer día de clases a mi gran amigo Mario Puente Espil, estudiante y luego profesional brillante, que seguramente habría dejado una gran estela en el ámbito forestal sí no hubiese muerto en un lamentable accidente a los 40 años de edad. Tuve la suerte también de estudiar en ese periodo brillante, lleno de ideas de cambios profundos y solidarios, como fue el de los años 60.
En cuanto entré a estudiar la carrera forestal mi énfasis se volcó hacia los bosques nativos, que habían quedado indeleblemente grabados en mi alma desde mis días de campo en mi infancia. Fui apoyado en mi defensa de los bosques nativos en un ambiente en que se privilegiaba absolutamente a las plantaciones de Pino Insigne, por mi amigo Mario Puente. Ambos éramos los mejores estudiantes del curso y Mario, el primero, tenía una áurea de prestigio muy sólida. Ello permitió que, bajo nuestra influencia, nuestro curso se caracterizara por la discusión en torno al tema de los Bosques Nativos y de su silvicultura. Durante mi periodo como estudiante universitario revisité los bosques y conocí muchos que eran desconocidos para mí y, además, ahora miraba a los bosques con el corazón complementado con el conocimiento de las especies y algunos aspectos de su ecología, y también con un ojo forestal del que antes carecía. Recuerdo que en mi primera práctica individual, cuando pasaba de 1º a 2º año, conocí los bosques de Raulí de altura en la cordillera andina de Polcura. Ya tenía conciencia de cómo se maltrataban y destruían los bosques nativos; en Polcura pude ver con mis propios ojos cientos de hermosos árboles de Raulí cortados y botados en el suelo, sin que se pudieran extraer los trozos porque se cortaron antes de construir un camino; ahí estaban perdida la madera, perdida la belleza, perdida parte de la vida. Al pasar al 3er año de Forestal, mi curso tuvo la primera práctica colectiva en Llancacura y Frutillar. En la primera conocí maravillado los bosques siempreverdes, que en ese tiempo se ubicaban dentro de los conocidos como bosques valdivianos, y los bosques de Alerce.
Mi amor por los bosques y por los árboles se materializó con el rápido conocimiento que adquirí sobre ellos, lo que determinó que me nombraran Ayudante de la Asignatura de Botánica Forestal, que en ese tiempo la dictaba el profesor Federico Schlegel. Lo fui desde 3er año en 1967 hasta 5º año en 1969. En 2º año hice el curso de Anatomía Vegetal y luego de Fisiología Vegetal con la profesora Fusa Sudzuki (Q.E.P.D.), para mí la mejor profesora que tuve y que se constituyó en el modelo que yo tuve como profesor en mi vida académica posterior. También en 1967 fui nombrado Ayudante de la profesora Sudzuki, lo que para mí fue motivo de orgullo. Mi inclinación por todo lo relacionado con el árbol, en especial desde el punto de vista biológico y ecológico era evidente, y el énfasis lo ponía en las especies y en los bosques nativos. En la Facultad era conocido como “El Tata”, apodo que me sigue hasta el día de hoy, en especial de parte de mis compañeros contemporáneos de universidad y de mis estudiantes de la Universidad de Chile que tuve como Ayudante o como Profesor, y también era conocido por mi amor por los bosques nativos.
Especialmente a través de mis ayudantías aprendí mucho sobre las especies y los bosques nativos y, además, de ser un buen alumno, era especialmente reconocido por ello. De alguna manera tuve la suerte de que el profesor de Botánica Forestal, Federico Schlegel, se fuera como profesor de la Universidad Austral de Chile en 1969, siendo yo su ayudante y alumno de 5º año. Se intentó reemplazar a Schlegel con un profesor de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, pero no fue bien acogido por los estudiantes, quienes pidieron al entonces Director de Escuela, Ingeniero Forestal Ventura Matte Hunneus Q.E.P.D., que yo continuara haciendo las clases como Profesor. Aun cuando como alumno yo no podía ser profesor, se arregló la situación de una manera informal, de tal modo que yo quedé como Profesor de ese curso en 1969, y con un mejor ingreso en dinero que me sirvió mucho en ese momento en que esencialmente Sonia mantenía la casa. Ahí empezó con claridad mi carrera académica como profesor universitario. En 1969 inicié también mi trabajo de Tesis de Pregrado, la que consistió en un estudio completo de las especies de Nothofagus que crecen en la Zona Central de Chile en un clima de tipo Mediterráneo.
Recorrí con mi amigo norteamericano Les Landrum toda la región desde el norte de Santiago hasta la línea de los ríos Ñuble-Itata en el sur, conocí muy bien esos bosques, en especial los de Roble de la cordillera andina de Curicó y los de Hualo de la de Linares-Parral. Estos últimos fueron un verdadero hallazgo que realicé, especialmente en el sentido de ponerlos en conocimiento del mundo científico y forestal, ya que, como bosques y futuro tipo forestal no eran mencionados en ninguna literatura. Junto a ello realicé un estudio que demostró que demostró que una de las especies, Huala o N. leonii, era en realidad un híbrido entre Roble y Hualo. Desde entonces esos bosques fueron mis regalones. Recuerdo que un colega, Leonardo Araya, me decía que él consideraba que ese era el aporte más importante que yo había hecho al sector forestal. Cuando llegamos a Bullileo con Les Landrum y encontramos casi por casualidad ejemplares de N. leonii, que nunca se había descrito para la Cordillera de los Andes, nos encontramos con un anciano de 90 años, llamado Melitón Alfaro; con esa increíble sabiduría de los viejos campesinos nos dijo cuando le preguntamos por la especie, que se llamaba Huala y que era “un injerto de la naturaleza entre Roble y Hualo”, es decir, don Melitón sabía antes que nosotros y sin estudios especiales, que se trataba de un híbrido.
Ya en mi condición de profesor en la Universidad de Chile, nació en 1970 nuestra hija Magdalena, la morena. Parecía que hasta ahí llegaba nuestra producción, la de Sonia y yo, pero el amor nos hizo una jugada, y en 1977 apareció Silvia, nuestro concho, el terremoto rubio. Bienvenidas ambas.
En mis recorridos en busca de los Nothofagus mediterráneos junto con Les Landrum llegamos hasta una localidad llamada Bullileo, al lado del embalse del mismo nombre, y un predio llamado Amargo y Lara, con su laguna Amargo. Estaba cubierto de bosques de Hualo y más en altura de Roble, y ahí descubrimos con claridad que Huala era un híbrido. De aquí nace mi primera publicación en la Revista Nº 112 de Anales de la Universidad de Chile (1971). Más tarde, junto con Landrum publicaríamos sobre el tema híbrido N. leonii, en Chile y en Nueva Zelandia. Este predio sería histórico durante varios años, y está hoy día considerado como un área prioritaria de conservación.
Mi aprendizaje teórico y práctico del bosque nativo se intensificó con las clases y las frecuentes visitas a distintos tipos de bosques con los estudiantes. Los más visitados mientras fui profesor en la U. de Chile, fueron los Ciprés de la Cordillera y Roble en Curicó, y los de Hualo y Roble en Bullileo. Hermosas jornadas tuvimos en esos lugares. Generalmente desde niños me acompañaron mis hijos Claudio y Pablo, y una vez me acompañó mi profesora Fusa Sudzuki.
En 1973 llegó el horror del golpe militar a Chile, del cual nos escapamos con mi familia porque tuve la fortuna de haber sido favorecido, antes del golpe, con una beca del Convenio U. de Chile-U. de California para ir a obtener un postgrado a Berkeley, donde afortunadamente pasamos dos años de los más espantosos de la dictadura. Fue excelente estar en California, en una de las mejores escuelas forestales de esa época, y en una Universidad famosa, y en la también famosa bahía de San Francisco, con esa ciudad amada por mi esposa, y con Berkeley, famoso también por su calidad en la educación superior en Estados Unidos y en el mundo, y por el nacimiento ahí de los movimientos hippies de los años 60. Y fue excelente para Sonia y los hijos, que aprendieron muy bien inglés.
A mi regreso a Chile tomé como profesor el curso de Ecología Forestal en 1976. Ya habían sido publicados en 1975 mis primeros trabajos sobre el tema “variación y diferenciación en Roble y sobre Nothofagus en general”, en el Boletín Técnico de la Escuela de Ingeniería Forestal de la Universidad de Chile, y también la primera edición del Manual Nº 2 de Dendrología “Árboles y Arbustos chilenos”, del cual aparecería una segunda edición en 1978.
Algo me recibió muy mal en mi querida Facultad. Me encontré con un grupo de amigos, que lo éramos claramente cuando me fui a California, y sin entender por qué me encontré con un Director de Departamento, extremadamente hostil. Me ocurrieron muchas cosas ingratas, diariamente con ellos, lo que determinó finalmente, ante un ofrecimiento de la Escuela Forestal de la Universidad Austral de Chile en Valdivia, que tomara la decisión de abandonar mi querida Escuela Forestal de la Universidad de Chile. Me fui a Valdivia en junio de 1978, casi al cumplir 45 años de edad. Aquí tuve la suerte de encontrarme con Tom Veblen, geógrafo y ecólogo norteamericano, a quien ya había conocido en Berkeley. Tom es excelente observador de la naturaleza y del bosque y con él salí a terreno por sus proyectos en muchas oportunidades. Tuvimos gratas experiencias en los bosques siempreverdes de la Cordillera de la Costa. Gran parte de mi trabajo posterior en ecología y dinámica de bosques tuvo su origen en aquellos tiempos.