Artículo por Tamara Núñez
Publicado en Ladera Sur el 03 de enero de 2022
Durante las últimas décadas, incendios forestales extremadamente destructivos y difíciles de controlar han impactado la región centro-sur del país, generando graves impactos ambientales, económicos y sociales. Si bien los incendios no son un fenómeno nuevo para el territorio, diversos expertos señalan que cada vez somos más proclives a sufrir eventos de incendios extremos o megaincendios, por lo que recalcan la necesidad de avanzar hacia comunidades más resilientes ante estos eventos que parecieran haber llegado para quedarse.
La llegada del verano en nuestro país no solo marca el inicio de las vacaciones y la temporada de piscina, sino que es la época en donde vuelve la amenaza de los incendios forestales, un fenómeno que la mayoría de las veces deja miles de hectáreas de bosque quemado y afecta severamente a ecosistemas y comunidades humanas.
Los incendios no son una novedad en Chile, son eventos que ocurren en gran cantidad en todo el territorio. Sin embargo, en las últimas décadas, debido a diversos factores como el cambio climático, la sequía, transformaciones en el uso de suelo y la existencia de monocultivos, cada vez es más frecuente la aparición de grandes incendios en el territorio, siendo estos más destructivos y más difíciles de controlar.
Así quedó en evidencia con el gran incendio de Valparaíso, ocurrido en el año 2014, considerado el mayor incendio urbano de la historia de Chile. Lo mismo sucede con lo ocurrido en el verano de 2017, cuando vivimos los megaincendios más destructivos que se han registrado en el país, dejando más de 6 mil damnificados y más de 180 mil hectáreas consumidas por el fuego.
“No es que los incendios se produzcan hoy con mucha mayor frecuencia que en el pasado, el número de incendios, en las últimas dos décadas, se ha mantenido entre 6000 y 8000 incendios por temporada, y no ha habido un aumento grande en el número de incendios. Lo que sí ha habido es un aumento significativo en la cantidad de hectáreas que se queman por temporada, es decir, los incendios son los mismos que teníamos siempre, pero ahora son mucho más voraces, queman superficies mucho mayores y en eso el factor climático es decisivo”, añade Raúl Cordero, académico del departamento de Física de la Universidad de Santiago de Chile y experto en cambio climático y energías renovables.
Durante el periodo 2021-2022 y hasta la fecha, según datos entregados por el Sistema de Información Digital para el Control de Operaciones (SIDCO) de CONAF, han ocurrido 2.575 incendios forestales, dejando 31.313 hectáreas de superficie afectada. Superando en un 389% la cantidad de superficie afectada del periodo 2020-2021, la cual corresponde a 6.408 hectáreas.
Factores que influyen en su origen y propagación
En la naturaleza los incendios se consideran generalmente como algo positivo ya que han sido parte de la evolución de los ecosistemas terrestres, siendo necesarios incluso para que algunas especies de animales y plantas puedan concretar su ciclo vital. Sin embargo, desde hace algunas décadas, se ha observado tanto a nivel global como en Chile, que la frecuencia e intensidad de estos eventos, ha producido consecuencias sin precedentes, tanto para la biodiversidad como para las comunidades.
Para comenzar un incendio se necesita calor, combustible y oxígeno, pero dependiendo del lugar, existen una serie de factores que influyen en su propagación y descontrol. Como señala la investigadora del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB) y del centro del Fuego y Resilencia de los Socioecosistemas de la Universidad Austral de Chile (FireSES), Susana Paula: “los incendios en Chile y en cualquier parte del mundo se producen porque tienen que haber tres cosas a la vez: que haya un combustible, que este combustible este seco y que haya una chispa, que es lo que se llama científicamente, una fuente de ignición. Si se dan las tres cosas juntas, entonces hay un incendio. Y en Chile, como hay personas por todas partes, siempre van a haber chispas.”
En Chile, los incendios forestales tienen su origen -casi en su totalidad- en el ser humano y sus actividades. Según datos entregados por Conaf, el 99,7% de los focos tiene un origen antrópico, ya sea por descuidos o negligencias en la manipulación de fuentes de calor en presencia de vegetación combustible, o por intencionalidad originada en motivaciones de distinto tipo, incluso la delictiva. Sin embargo, la propagación de estos siniestros, y las posibilidades de que estos se transformen en eventos extremos, dependerá de múltiples condiciones que van desde la cercanía de la población y sus actividades al lugar afectado, hasta componentes de tipo atmosférico como viento y temperatura pasando por la topografía y el estado de la vegetación en el área. Incluyendo el cambio climático antropogénico, la creciente área de interfaz urbano-rural (zonas donde convergen viviendas y formaciones vegetacionales) y el incremento de plantaciones forestales de especies de alta inflamabilidad, entre otros.
Cerca del 60% de los incendios se originan en áreas de interfaz urbano-rural, y en los últimos años, estas zonas han aumentado debido a la expansión urbana y al crecimiento poblacional. Así mismo, cambios en la distribución, abundancia y tipo de material combustible en el paisaje incrementan el riesgo de incendios.
Por ello, no es de extrañar que las zonas centro y sur del país sean las más afectadas en cuanto a los incendios forestales, siendo esta zona la que concentra la mayor cantidad de vegetación y actividad forestal del país. “En la zona centro de Chile particularmente, tenemos mucha vegetación nativa o artificial y esa vegetación se seca indefectiblemente todos los veranos. Entonces tienes todos los ingredientes de la receta de incendios”, destaca Susana Paula, quien además es Doctora en Recursos Naturales y Medio Ambiente.
Así mismo, Paula recalca: “El cambio climático, además, modula si llueve o no, lo que regula la humedad del suelo y el estrés hídrico de la vegetación. Determina que esté más seco, y por lo tanto, haya más combustible muerto. Eso hace más fácil que si hay una chispa, esa chispa se convierta en un incendio que se propague, porque hay incendios que pueden empezar pero no se propagan por falta de combustible.”
El cambio climático es un factor decisivo al momento de analizar el aumento de los eventos extremos en todas partes del mundo. En el caso específico de los incendios, la prolongada y extensa sequía de la última década, acompañada por intensas olas de calor, ha contribuido a la mortalidad de la vegetación, alargamiento de la temporada de incendios, y una mayor incidencia de condiciones climáticas proclives a incendios extremos y destructivos. Las olas de calor, a su vez, ocurren de dos a tres veces por mes y pueden persistir por tres días o más.
En tanto, para la directora ejecutiva de la Agrupación de Ingenieros Forestales por el Bosque Nativo (AIFBN), Jennifer Romero, la voracidad de los incendios, asimismo, está muy relacionada a cómo hemos utilizado el territorio: “Si hay, por ejemplo, plantaciones forestales topando a centros urbanos, es súper probable que si se genera un incendio -que se va a generar porque hay mucha gente en transita ahí-, éste arrase a muchas viviendas. Las plantaciones forestales son muy homogéneas y en general son mucho más secas que otras formaciones, como los bosques nativos. Entonces el fuego avanza muy rápido y los incendios son más voraces porque alcanzan mucha temperatura. Si hubiese mejor convivencia en el territorio con distintos elementos o especies, los incendios no serían tan voraces. Existe más humedad en un sitio que tiene más diversidad de vegetación, de paisaje.”
Algunos de los impactos negativos de los incendios forestales son los cambios del ciclo hídrico, la desaparición de los hábitats, la pérdida de biodiversidad y la contaminación atmosférica. No obstante, el peor de todos es la degradación del suelo. Así lo destaca la doctora del IEB: “que se queme la materia orgánica de las primeras capas de suelo es la peor catástrofe que puede ocurrir en un incendio porque podemos sembrar plantas, podemos reforestar, pero no podemos hacer suelo. No somos dioses. Entonces si la severidad es muy alta, como ocurre en los incendios de plantaciones forestales aquí en Chile, el impacto sobre el suelo va a ser mucho más destructivo. Cabe destacar que apagar incendios en plantaciones forestales es muy difícil porque precisamente estamos hablando de una cantidad de combustible de muy alta calidad. Y con calidad me refiero a que se inflama con mucha facilidad y tiene un poder calorífico muy alto. Entonces libera mucho calor y por lo tanto facilita la propagación del fuego. “
La probabilidad de que ocurra un incendio y su capacidad de propagación depende, en gran parte, de la cantidad de combustible disponible, su inflamabilidad y su distribución en el paisaje. Es por ello que los cambios del uso del suelo, al modificar el tipo y la estructura de la vegetación, alteran significativamente el régimen de incendios.
La necesidad de avanzar hacia paisajes y comunidades más resilientes
En Chile operan dos sistemas de protección contra incendios forestales claramente definidos. Por un lado está la acción del sector forestal privado, donde grandes empresas como CELCO, Forestal Mininco, MASISA, Bosques Cautín, dedican esfuerzos y recursos a proteger más de un millón y medio de hectáreas de plantaciones forestal, principalmente entre la Región del Maule y la Región de la Araucanía.
Por otro lado, la acción del Estado se centra en la Corporación Nacional Forestal (CONAF), que gestiona un Programa de Manejo del Fuego para la protección contra incendios forestales en el país, tanto para resguardar las áreas protegidas como para proteger la integridad de las personas y sus bienes en áreas urbano-rurales. Sin dejar de lado la participación de los Cuerpos de Bomberos de las distintas zonas afectadas.
Las acciones llevadas a cabo por CONAF, se encuentran distribuidas entre la prevención (investigación, educación ambiental y regulación), el combate (pronóstico, detección y coordinación y capacitación de la fuerza de combate) y la restauración de áreas quemadas. Y al contrario de lo que podría inferirse normalmente, estas medidas son bastante efectivas, sobretodo en la predicción de estos eventos.
No obstante, a nivel mundial, y especialmente en las últimas dos décadas, han ocurrido incendios de una envergadura que sobrepasan los recursos y la capacidad de respuesta de las instituciones. Estos incendios son conocidos como megaincendios por su gran velocidad, tamaño y dinámica, y son catalogados como desastres ecológicos debido a que generan un impacto desproporcionado en el medio ambiente y en las comunidades.
Estos incendios sobrepasan la capacidad de la CONAF para controlar estos eventos, aun cuando cada vez se invierte más investigación y recursos para enfrentarlos. Sobre todo después de los megaincendios ocurridos en 2017 que, debido a su gran intensidad y capacidad destructiva, cambió la escala global de la medición de la intensidad de los incendios.
En Chile, entre 1985 y 2018 ocurrieron 22 megaincendios que afectaron una superficie de 543.000 hectáreas, representando el 22% de la superficie total quemada en dicho periodo.
Ante esto, diversos expertos señalan que para poder afrontar este problema, se requiere modificar el enfoque sobre cómo se gestiona el territorio afectado por incendios forestales. “Lo que hay que tener claro es que los incendios llegaron para quedarse, en Chile y en gran parte del planeta. Y ante esto, lo que podemos hacer, es aumentar nuestra resiliencia. Y eso se consigue generando que el impacto que tienen los incendios sobre los ecosistemas y nosotros como sociedad, sea más pequeño. Y que la capacidad que tenemos para retornar al estado anterior al incendio, sea también más rápido y más fácil. Eso es lo que podemos hacer. Y es en eso donde no hay políticas. Actualmente, prácticamente solo hay políticas orientadas a la prevención de un fenómeno que es casi inevitable”, indica Susana Paula.
Para lograr eso, la investigadora del centro del Fuego y Resilencia de los Socioecosistemas de la Universidad Austral de Chile señala que deben tomarse medidas como “disminuir la continuidad del combustible, y que esto no sea solamente metiendo franjas cortafuegos, sino que cambiar la calidad del combustible, de tal manera que sea más improbable que el fuego se propague sin control. Si tú vas metiendo vegetación de diferentes tipos, vas a conseguir varios beneficios como que el incendio sea menos extenso, que la regeneración de la vegetación sea más rápida -porque siempre van a haber parches que no se han quemado- y además, que el combate tenga menos costes económicos.”
Así mismo, la ingeniera forestal Jennifer Romero añade: “Tenemos que entender que el cambio climático llegó y hay condiciones que no van a volver a ser como eran. Entonces tenemos que reaccionar. Todavía estamos a tiempo, por lo menos, de mantener ciertas condiciones que permitan la vida de los seres humanos y los seres no humanos.”
Por otro lado, hay quienes tienen una mirada más fatalista respecto a este nuevo escenario, como es el caso del climatólogo, Raúl Cordero: ““El caso, por ejemplo, de Australia y sobre todo de California, es un ejemplo de cómo los incendios, una vez que las condiciones meteorológicas, incluida la temperatura, favorecen su propagación, no pueden ser controlados, independientemente de los medios materiales que tenga disponible. Es decir, no importa cuántos aviones, cuántos brigadistas, cuánta plata tengas, simplemente cuando hay una ola de calor suficientemente intensa, no puedes parar los incendios.”
El experto recalca la necesidad de aprender del caso de California y ser más realistas: “El presupuesto que dedica California a la prevención y combate de incendio es increíble, miles de millones de dólares, y aun así no han podido evitar que el área quemada siga creciendo. Lo más probable es que la única manera que logremos evitar que la situación sigue empeorando en el largo plazo, es deteniendo el cambio climático. Hasta que no se detenga el cambio climático, es muy, muy difícil que logremos evitar que el área quemada continúe aumentando”, añade el académico de la Universidad de Santiago de Chile.
Artículo por Tamara Núñez, publicado en Ladera Sur 03 de enero de 2022