Columna de opinión de Sergio Donoso, socio AIFBN y académico de la Universidad de Chile, publicada en el Diario El Mostrador.
Resulta a esta altura un drama, independiente del gobierno de turno, la falta de visión de nuestras autoridades. Si se pudiera tipificar nuestra conducta como país y por consiguiente de quienes lo dirigen, esta se asimila a la de un adolecente, el cual cuenta con múltiples potencialidades y oportunidades, pero su planificación es de corto plazo y vive pensando que los riesgos son ajenos a sus circunstancias. Esto último a pesar de saber que está sujeto a potenciales catástrofes, y la historia muestra, si ocurre en baja magnitud o intensidad, se reacciona de forma comunicacionalmente efectista y con visión de corto plazo para pasa al baúl del olvido. Un ejemplo reciente, se produjo luego del gran terremoto y maremoto que azotó a la zona central, y desnudo una agencia de gestión de emergencias (ONEMI) que junto a otros actores, mostraron una comedia de errores que provocó decenas de muertos y miles de damnificados. Como respuesta el gobierno anterior ingresó un proyecto de ley el año 2011, que resolvería la gestión de emergencias para no repetir una mediocre y negligente actuar de los organismos del Estado, por supuesto, en el pasado gobierno no dio luz y luego de la llegada del actual gobierno este lo modificó y duerme en el congreso.
¿Era previsible el desastre asociado a los incendios forestales que llegan a áreas urbanas y periurbanas que está viviendo Chile central?, SÍ. Probablemente no en la extensión y severidad que se está dando. El actual desastre, muestra la vulnerabilidad estructural en cuanto a la gestión del territorio y la toma de decisiones de las autoridades. Esta catástrofe deja una profunda huella, con el drama de vidas perdidas, comunidades profundamente afectadas, economías locales destruidas, ecosistemas y fauna devastados y un sin fin de efectos que con el tiempo constataremos como: fuerte erosión en el próximo invierno, potencial daño a obras civiles hidráulicas por caudales anormalmente alto, pérdida de productividad, etc. Que seguramente no serán consideradas al momento de cuantificar las pérdidas físicas.
El fenómeno de los incendios en zonas forestales y áreas periurbanas, desde hace tiempo avisaba de una tendencia peligrosa, que sumado a una extensa sequía, que mas bien corresponde a la constatación de los efectos del cambio climático, que pronostica reducción de las precipitaciones e incremento de la temperatura, especialmente las llamadas olas de calor. Al respecto, son múltiples los trabajos que dan sustento a estas proyecciones. Es decir, la vegetación se encuentra sometida a un fuerte estrés hídrico, condición propicia para la acción humana negligente o malintencionada que genera un incendio.
Seguramente, ahora nos saturarán de noticias, entrevistas y columnas que dan cuenta de lo usual que se habían transformado los incendios, y constituían una postal rutinaria de verano, tal como los problemas de contaminación del aire en invierno. Al respecto, el Estado no puede responder a este desastre, argumentando sorpresa o plantear que se enfrenta a un fenómeno inesperado. Estamos frente a un actuar irresponsable, que sólo reacciona ante el drama y una catástrofe que desgarra. Probablemente, en breve tiempo se reactivará la iniciativa de regularizar la anómala institucionalidad forestal que se arrastra por mas de 40 años, se incrementarán los medios materiales y humanos para la prevención y combate de incendios, se mejorará la articulación entre instituciones, etc. Sin embargo el problema de fondo, no se enfrentará, y este es la urgente necesidad de ordenar espacialmente nuestro territorio, considerando sus potencialidades, necesidades y riesgos, es decir una Ordenación Territorial. Esta permitiría regular la configuración del paisaje y tomar medidas respecto a ubicación y manejo de los bosques y plantaciones, y por consiguiente regular grandes extensiones de monocultivo y definir la gestión de la interfaz urbano-forestal. Lamentablemente establecer el ordenamiento territorial como una estrategia país, es un camino que seguramente se esquivará, pues afecta a grandes grupos de interés, por ejemplo; el sector forestal asociado a plantaciones, sector inmobiliario asociado al desarrollo de proyectos en sitios con evidente riesgo (inundaciones, remoción en masa, incendio, etc.), sector agrícola y su descabellado desarrollo de palto en los cerros, sector industrial y los emblemáticos casos de planta de cerdo de Freirina, la planta de celulosa en Valdivia y el conflicto por la contaminación y muerte de los cisne, las plantas termoeléctricas en Puchuncaví, etc. La dura realidad señala que una parte importante de los legisladores han recibido financiamiento de estos grupos de interés.. por lo tanto es difícil esperar un cambio de gran magnitud y profundidad. Es decir, el adolecente se habrá quemado las manos, seguramente actuará para que la intensidad de los futuros desastres se atenúen, y continuará actuando con la indolencia de quien cree la situación resuelta,, hasta que estalle un nuevo desastre y se repita la escena. Sólo con decisión política, se podrá avanzar significativamente en un área, donde nuestra condición de país OCDE y las diferentes frases grandilocuentes de un país al borde del desarrollo, no se condicen con la precariedad de nuestro Estado. La sociedad ya no tolera mas miopía, ni pérdidas o dramas humanos, espera un actuar con una mirada mas allá de la próxima elección. Queda esperar una propuesta de real cambio de quienes aspiran a liderar un próximo gobierno, y que ella se materialice y palpar que a golpes la madurez por fin le llega a este adolescente.