Opinión escrita por el socio Ricardo Rodríguez C. para www.bosquenativo.cl
Publicado el 30 de agosto de 2019
Conservación y sustentabilidad son dos conceptos que de alguna manera se utilizan para connotar una práctica humana deseable respecto de los recursos naturales renovables y no renovables, en cuanto a la disponibilidad de éstos en tiempo presente y al imperativo de mantener una base de recursos igual o acrecentada para las generaciones venideras.
Tal como señala Dávila y otros (Ximena Dávila, 2009), …en último término la sustentabilidad es una cultura, cuya orientación fundamental se haya en la generación de procesos que permiten posibilitar la conservación de una matriz biológico-cultural de la existencia humana cursando en el bienestar, y por ende, de una matriz biológica de la existencia de los seres vivos que también se conserva cursando en el bienestar. Por su parte, Gallardo (2013) señala que la conservación es entendida como el manejo, utilización, aprovechamiento o desarrollo sustentable de los recursos y ecosistemas forestales, y por extensión, yo agregaría de los recursos y ecosistemas naturales.
Sin embargo, nos encontramos a diario con noticias alarmantes referidas tanto a la explotación irracional de recursos naturales como los bosques, la pesca, los transgénicos, el petróleo, el gas y una larga lista que Ud. amable lector puede ayudar a incrementar, así como a los supuestos efectos que estas malas prácticas producirían en el clima, traducidos en el derretimiento del casquete polar, inundaciones provocadas por lluvias torrenciales, huracanes y tornados, sequías prolongadas y escasez de alimentos. Pero lo que no es una suposición y se constata permanentemente y en forma creciente, es la erosión de los suelos y los procesos incontenibles de desertificación, el embancamiento de ríos y lagos, la contaminación del aire y de los ambientes marinos, los desechos tóxicos y la hacinación de poblaciones humanas en condiciones de extrema marginalidad (Rodríguez, 1999).
Si bien las luchas de poder, las barreras institucionales, la falta de oportunidades de participación y la incertidumbre, son algunos de los muchos retos que superar en la conservación de la diversidad biológica y cultural, también las marcadas diferencias entre los valores y perspectivas de los grupos de interés, así como la variación dentro de los grupos, se constituyen en impedimentos cruciales en muchos procesos de planificación de la conservación (Biggs, 2011).
La ciudadanía ha ido tomando conciencia de los peligros potenciales y reales que encierran ciertos procesos y fenómenos de la actividad humana impactantes en la biosfera, hasta hace cinco décadas subestimados e insuficientemente estudiados, como por ejemplo la extinción de especies vegetales y animales; las lluvias ácidas; el desgaste de la capa de ozono y el recalentamiento del planeta, sin otra explicación que no sea atribuible al no siempre bien entendido crecimiento económico o a las aún menos comprendidas metas del progreso (Rodríguez, 1998).
Y no es esto lo que con toda seguridad queremos, si nos preguntamos en nuestro fuero interno. No son estas situaciones las que quisiéramos conservar para un futuro cercano de nuestra diaria convivencia.
¿Cómo conducir el desarrollo sustentable?
Los seres humanos somos los únicos que conscientemente podemos modificar nuestro nicho y el de los demás seres vivos. Como seres humanos, estamos en una relación antropósfera/biósfera[1] con balance negativo para la biósfera, ante la intervención humana desmedida, descuidada e irrespetuosa con el medio natural. Y si queremos ir en búsqueda de contrarrestar esta tendencia y restablecer el balance, se requiere una transformación cultural de la sustentabilidad, la cual puede surgir solamente desde el ser humano. No podemos esperar que otros modos de vida produzcan esta transformación.
El restablecimiento del balance de la relación antropósfera/biósfera no se garantiza evidentemente a través de una nueva mirada de la sustentabilidad. El mundo natural puede estar muy bien con sustentabilidad o sin ella, puesto que la sustentabilidad es inherente a los seres humanos, una condicionante de su existir, pero no un elemento existente por sí o desde sí en la naturaleza. Es necesario precisar lo anterior pues nos ayuda a aclararnos que somos los seres humanos quienes tenemos en nuestras manos encontrar la solución o producir la pérdida definitiva del balance.
Aunque en la experiencia mundial se ha insistido en poner énfasis en la conservación de la diversidad biológica, lo que en sí es positivo, sin embargo esta conservación siempre permanece propiciándose en forma desvinculada de la conservación de la diversidad cultural. Sin embargo, las aproximaciones biológica y social a la conservación están convergiendo particularmente en los últimos diez años (Biggs, 2011), lográndose en algunos casos el bien común (el menos común de los bienes) y una búsqueda de equilibrio en la relación antropósfera/biósfera (que es la menos común forma de conducirnos como sociedad), para así proyectarse hacia la utilización racional de los recursos naturales renovables y no renovables, o dicho de otro modo, hacia el desarrollo sustentable de las comunidades humanas.
Nuevos caminos se han ido explorando en el afán de establecer una armonización en la relación antropósfera/biósfera. Una forma de revertir o intentar revertir esta larga historia de desconsideración humana hacia los recursos naturales, es por ejemplo el turismo basado en la naturaleza, que puede contribuir a esta conservación a través de algunos mecanismos. Primero, la presencia de un grupo importante de empresas de turismo puede hacer una significativa contribución a la economía regional, liderando la política de apoyo a las iniciativas de conservación de la diversidad biológica que atraen turistas, como los parques nacionales y otras áreas protegidas. Segundo, las empresas de turismo basado en la naturaleza pueden efectuar acciones directas de conservación para beneficiar el medio ambiente local y generar conciencia ambiental y por consiguiente mitigar los impactos negativos de las actividades del turismo en el entorno. Estas acciones incluyen observación responsable de vida silvestre, minimizar el uso del agua y la energía y balancear las emisiones de carbono. Tercero, los turistas pueden mejorar su conducta con el medio ambiente como resultado de experiencias positivas de los visitantes y mejorar sus prácticas respecto al medio ambiente en sus propias vidas. Finalmente, los visitantes pueden convertirse en “embajadores” para las iniciativas de conservación, por ejemplo, contribuyendo en una manifestación internacional si el recurso o recursos naturales estuvieran bajo amenaza (Biggs, 2012).
Desde el activismo y las comunicaciones también se han intentado campañas de sensibilización a la comunidad con respecto a la conservación y la sustentabilidad de nuestro preciado planeta. Lamentablemente se ha equivocado en muchas ocasiones el camino, siempre intentando apelar al sentimiento de pérdida más bien que a las emociones de las personas. Si bien podemos aceptar que las comunicaciones pueden llegar a ser preponderantes, es importante que lo hagamos bien. Pero la evidencia –el hecho de que estamos perdiendo especies a una tasa 1000 veces mayor que la tasa natural de extinción– sugeriría que las comunicaciones actuales no han estado cumpliendo su cometido. Y cuando miramos de cerca los mensajes que se utilizan, resulta cada vez más claro por qué (Bennett, 2011).
El mensaje más común de los activistas de la biodiversidad se ha centrado en la pérdida, apelaciones cada vez más urgentes contra la destrucción acelerada de los hábitats y las especies. Imágenes de suelos carbonizados y humeantes salpicados con troncos cortados o primates solos mirando tristemente al lente de la cámara. Imágenes de todas las cosas –grandes y pequeñas– estampadas enfáticamente con advertencias de en peligro (op. cit.).
El problema es que estos mensajes no resuenan en la gran mayoría de las personas a las que están dirigidos. Para un público biocéntrico relativamente pequeño, para quien la naturaleza tiene valor intrínseco, los mensajes de pérdida son un imperativo obvio para la acción. Estas personas constituyen la mayoría de los defensores, activistas y comunicadores que ya abogan activamente en temas relativos a la conservación. Pero las personas a quienes dirigen sus megáfonos piensan de manera diferente. La mayoría de las personas valora la naturaleza por el sentimiento que les produce. Ellos toman decisiones a diario basadas en emociones y hábitos, no en la razón o la lógica. Y los mensajes de extinción masiva, aunque estadísticamente correctos, los hacen sentirse impotentes, no poderosos (op. cit.).
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[1] Modo de vivir humano/otros modos de vivir
Las referencias de este artículo se encuentran al final de la segunda parte de esta publicación: «El Desarrollo Forestal Como Camino – Parte II)
Publicado el 30 de agosto de 2019