OPINIÓN: Megaincendios en Chile, un aprendizaje necesario

Por Aliro Gascón y Carlos Poblete, socio y director de la Agrupación de Ingenieros Forestales por el Bosque Nativo (AIFBN)

Publicada el 27 de septiembre en El Mostrador

El país aún recuerda la denominada “tormenta de fuego” del periodo estival 2016-2017 que alcanzó tal magnitud que implicó modificar la escala de graduación de los incendios forestales a nivel mundial, dándose a conocer por primera vez en nuestro país los denominados “incendios de sexta generación”, concepto que refiere a incendios de una intensidad tal que alteran la dinámica de las capas altas de la atmosfera y generan vientos que pueden ser muy difíciles de modelar, por lo que no resulta posible predecir el comportamiento del fuego, excediendo por completo la capacidad de control de los servicios de extinción, por lo que la única medida operacional posible es -lisa y llanamente- la evacuación. Sólo en este acontecimiento, la superficie afectada fue de 467.500 hectáreas, con 11 personas fallecidas y 2.288 viviendas dañadas total o parcialmente entre las regiones de O’Higgins a Biobío, siendo la región del Maule la más perjudicada. La vegetación afectada por este mega incendio, correspondió principalmente a plantaciones forestales industriales (60%), bosque nativo (16%), y praderas y matorrales (16%).

Según el informe de Lead Emergency Management Authority (LEMA) de la Agencia Europea de Protección Civil, los factores determinantes en la gravedad de los incendios ocurridos en Chile en esa temporada fueron -entre otros- las condiciones meteorológicas extremas, la sequía acumulada de 8 años y las extensas plantaciones continuas de monocultivos de pino insigne (Pinus radiata) y eucaliptus, generándose una simultaneidad de eventos que en su dinámica interactiva conformaron un megaincendio de proporciones nunca vistas.  También confabularon las lluvias tardías de primavera que provocaron un crecimiento inusual de la cubierta herbácea, las altas temperaturas que secaron el ambiente y los fuertes vientos locales.

Seis años después -en la temporada 2022-2023- el desastre sobrevino con una magnitud sorprendentemente similar. En esta ocasión, el país fue afectado por 449.800 hectáreas de vegetación consumida por el fuego. Las regiones más perjudicadas por los incendios forestales fueron Maule, Ñuble, Biobío y Araucanía. Las superficies afectadas en estas cuatro regiones sumaron 412.611 hectáreas, lo que representó un 92% del total nacional. En esta temporada lamentamos el fallecimiento de 26 personas y la pérdida de 2.514 viviendas (entre Ñuble y la Araucanía).

Es sumamente preocupante constatar la repetición de estos eventos catastróficos con gran similitud de resultados y cabe entonces preguntarse si existió realmente un proceso de aprendizaje. Observando lo que está ocurriendo en el hemisferio norte con temperaturas que han sobrepasado valores históricos, se puede prever que la temporada de incendios forestales que se aproxima puede ser extraordinariamente compleja, por lo que es necesario adoptar urgentemente medidas preventivas y de planificación de estrategias de control temprano con mucho énfasis técnico y presupuestario.

Ante un incendio de sexta generación o megaincendio los requerimientos de recursos humanos y materiales para su combate y extinción se vuelven infinitos, por lo que la única opción es evitar que ocurran, mediante una prevención diferenciada, especializada y priorizada según los escenarios que se identifiquen estratégicamente y en los que la vida humana debe posicionarse como la mayor prioridad.

Un primer escenario es la zona de transición periurbana.  La interfaz entre las ciudades densamente pobladas y las zonas circundantes con presencia de vegetación y otros elementos combustibles.  Es el caso -por ejemplo- de los cerros de Valparaíso. En esta situación las medidas preventivas alcanzan dimensiones sociológicas, urbanísticas y de intervención del entorno que difieren sustancialmente de las estrategias usuales de prevención de incendios forestales propiamente tales.  Un segundo escenario lo constituyen comunidades rurales inmersas en un paisaje en que abunda la vegetación, ya sea plantaciones forestales industriales, matorrales o bosques nativos.  Un tercer escenario es la infraestructura crítica: centrales eléctricas, sistemas de comunicación, transporte ferroviario, aeropuertos, etc. Y un cuarto escenario lo constituyen las zonas buffer de áreas silvestres protegidas, que son espacios territoriales de amortiguación del entorno, y cuyo eventual daño como consecuencia de un megaincendio sería absolutamente irrecuperable.

Entre otras medidas, es urgente involucrar activamente en planes y programas de prevención y control temprano de incendios forestales a las comunidades y organizaciones de la sociedad civil presentes en el territorio. Se debe potenciar acciones preventivas y enfatizar la educación para instalar una “cultura de reducción de riesgos de incendios”. Considerando que el 99,3% de los incendios son generados por acción humana, es necesario que las personas que viven y trabajan en entornos rurales vulnerables a la acción del fuego conozcan por qué se producen los incendios, cómo funciona el triángulo del fuego y qué medidas adoptar para prevenirlos. Es necesario organizar, capacitar y equipar a los actores comunitarios presentes en el territorio para acciones de control temprano y primer ataque, bajo un concepto de autoprotección con apoyo estatal e intersectorial.

Cuando se pone el foco en la vulnerabilidad de la población ante eventos catastróficos como éstos, surge del diagnóstico que los paisajes presentes no contribuyen a minimizar el fenómeno. La Agrupación de Ingenieros Forestales por el Bosque Nativo AIFBN en sus propuestas para un Nuevo Modelo Forestal, ha llamado la atención sobre esta vulnerabilidad y la relación entre un concepto forestal industrial incapaz de dar seguridad a las y los habitantes del territorio en el que se inserta, con las grandes extensiones de plantaciones de pinos y eucaliptus en paños continuos y operaciones forestales con sistemas de protección insuficientes, que conllevan externalidades negativas que vulnerabilizan a la comunidad en términos de economía, biodiversidad, disponibilidad de agua potable e indefensión frente a megaincendios.

La prevención con enfoque de autoprotección, planificación territorial efectiva y la limitación o disminución de las externalidades negativas del modelo forestal industrial, permitirían iniciar un camino de protección de las poblaciones que habitan nuestro territorio en pueblos, villorrios y ciudades.

Por Aliro Gascón y Carlos Poblete, socio y director de la Agrupación de Ingenieros Forestales por el Bosque Nativo (AIFBN)